Este articulo forma parte de nuestra serie especial "Viviendo con la Tierra"
Escondido entre palmitos y caminos arenosos en la calle Southeast 15th, el vertedero Florence se eleva por encima de la línea de árboles: un montículo de 35 pies de concreto roto, paneles de yeso y la persistente desconfianza de la comunidad que lo rodea.
Durante décadas, este sitio de residuos de construcción y demolición ha dividido a los residentes del sureste de Gainesville. Para algunos, es un vecino que cumple su función en silencio. Para otros, es un símbolo de injusticia ambiental en una de las zonas de la ciudad históricamente afroamericanas y de bajos ingresos.
Ahora, mientras las autoridades del condado impulsan un cierre adelantado, el futuro del vertedero se ha convertido en una prueba de cómo —y para quién— se toman las decisiones ambientales en el condado de Alachua.
Una lucha larga
El cierre del vertedero está previsto para agosto de 2027, bajo una orden estatal de emergencia emitida tras el paso del sistema subtropical Nicole en 2022. Pero muchos residentes y activistas consideran que esa fecha es demasiado tardía.
Durante años estos residentes y activistas han pedido que se evalúe el impacto del vertedero en la calidad del aire, el polvo, los olores y el agua subterránea cercana al acuífero de la Florida, una de las principales fuentes de agua potable en el norte del estado. Las preocupaciones aumentaron a medida que el condado renovaba permisos especiales que permitían su operación y que, en algún momento, incluso podrían haber duplicado su altura.
“Al final, es un problema de racismo ambiental”, dijo Gabrielle Keller, de 21 años, estudiante de posgrado de gestión en la Universidad de Florida y vicepresidenta de la Asociación Estudiantil de Comunicaciones de Interés Público. “Esta comunidad merece agua y aire limpios como cualquier otra”.
El vertedero está junto a vecindarios con generaciones de familias afroamericanas, que han lidiado con el tráfico de camiones, los olores a huevo podrido por el yeso en descomposición y el constante movimiento de nuevos desechos.
Otros temen que el vertedero —sin revestimiento y construido originalmente en los años 60 como un basurero ilegal— pueda filtrar químicos al agua subterránea que alimenta Paynes Prairie y Boulware Springs.
Resistencia vecinal
Vecinos como Johnell Gainey, de 56 años, recuerdan cuando el terreno estaba lleno de refrigeradores abandonados y vehículos oxidados, mucho antes de que el sitio fuera formalmente regulado. Él creció a menos de 400 yardas del vertedero.
“En ese entonces no sabíamos lo que sabemos ahora”, dijo.
Gainey, quien ha sido peticionario en demandas previas, afirma que la historia del vertedero está ligada a la negligencia sistémica hacia el este de Gainesville.
“No puedes ver solo el bosque entero”, dijo. “Hay que trabajar árbol por árbol. Este vertedero es nuestro árbol”.
Activistas de organizaciones como PICSA y el Sierra Club de Florida han presentado peticiones, recolectado firmas en la universidad y llenado las salas de la comisión del condado para exigir el cierre anticipado.
“Este problema ha durado demasiado tiempo sin que se tomen medidas correctivas”, dijo Jyoti Parmar, representante organizacional de Sierra Club. “Ya es hora de arreglarlo”.
Un vecindario dividido
Sin embargo, no todos apoyan el cierre del vertedero.
Algunos residentes de Woodbine y Flamingo Hammock —comunidades cercanas al sitio— defienden que el propietario, Paul Florence, heredó un desastre y lo ha operado de manera responsable.
“Ha sido un excelente vecino”, dijo Richard Hamann, profesor emérito asociado en derecho ambiental que vive en la zona desde 1983. “Él me ha ayudado no solo a mí, sino a muchas personas en la comunidad.”
Florence ha asfaltado caminos, conectado a vecinos al suministro de agua potable y retirado escombros de propiedades privadas. Sus simpatizantes temen que, si el sitio se cierra, nuevos propietarios puedan manejar la propiedad con menos rigurosidad.
Pero los críticos aseguran que esas ayudas no se ofrecieron por igual y que, en ocasiones, se sintieron como presión para apoyar la renovación de permisos.
“Es un desequilibrio de poder”, señaló Keller. “Las personas más afectadas no recibían el mismo apoyo.”
Intervención del condado
Tras años de presión pública, la Comisión del Condado de Alachua votó en enero a favor de impulsar el cierre temprano. La moción exige:
- Un plan de monitoreo de sulfuro de hidrógeno
- Un estudio sobre señalización para reducir el tráfico de camiones
- Una propuesta completa de cierre anticipado en un plazo de 90 días
- Gráficas sobre tendencias de contaminación del agua subterránea
- Evaluar alternativas para el manejo del yeso
El condado también enviará una carta formal al gobernador Ron DeSantis y al Departamento de Protección Ambiental de Florida recomendando el cierre antes de lo previsto.
Los comisionados reconocieron que Florence ha cumplido, en general, con las regulaciones, pero señalaron que la ubicación nunca fue la adecuada.
“Nosotros los representamos a ustedes”, dijo el comisionado Ken Cornell durante la reunión. “Este organismo ha asumido el compromiso de eliminar injusticias en el este de Gainesville”.
Un abogado de Florence Recycling advirtió que podría haber “conflicto” si el condado intenta suspender las operaciones antes de 2027, ya que los permisos actuales permiten su funcionamiento al menos hasta agosto del mismo año.
Lo que viene
Aun cuando el impulso político favorece a los residentes que exigen el cierre, persiste la incertidumbre sobre el futuro del sitio.
Algunos vecinos temen que los químicos atrapados en los escombros siguen filtrándose al subsuelo. Otros se preguntan si el montículo será sellado y transformado en un parque, una posibilidad que Florence le sugirió alguna vez a un residente.
Para Gainey, la esperanza es sencilla: una comunidad que por fin pueda decidir sobre su propio territorio.
“Quiero empezar a derribar el sistema”, afirmó. “Un sistema donde tengamos voz para decidir lo que está bien y lo que está mal”.
Se espera que el vertedero Florence deje de recibir residuos en 2027. Si cerraraantes —y qué surgirá de los escombros— aún está por definirse.