Escrito por Nathan Thomas. Traducido por Gabriella Chavez.
En cuanto uno se baja del avión en el aeropuerto bullicioso de San José, lo primero que ve es la naturaleza.
Antes de tener la oportunidad de mirar afuera por una ventana, pasar por migración o dejar que tu equipaje sea escaneado en busca de especies invasoras, ya han entrado en tu campo visual las pancartas verdes y frondosas.
La mayoría promueven hoteles de lujo, con la promesa de unas vacaciones llenas de naturaleza y vida silvestre.
Mientras avanzas por el control de seguridad, te encuentras con más anuncios inspirados en la naturaleza, esta vez de la cerveza Imperial. Bébetela bajo un dosel selvático, o en una playa, todo con la promesa de que la cerveza está hecha con “agua de lluvia tropical".
Costa Rica se vende como un milagro ambiental. Y en muchos sentidos, sí lo es.
Desde principios de los años 70, cuando había perdido gran parte de sus selvas, el país ha logrado reforestar más de una quinta parte de su territorio, llegando a un total de 57% de cobertura forestal. Hoy en día, Costa Rica también es líder mundial en energía limpia y biodiversidad, y es hogar para más de medio millón de especies — o el 5% de todas las especies estimadas del planeta — que viven en un país que constituye solo el 0.03% de la superficie terrestre del planeta.
Pero bajo el dosel verde, empiezan a aparecer las grietas.
El ecoturismo —la misma industria que ayudó rescatar a los bosques de Costa Rica— ahora pone presión sobre los espacios naturales del país, sobre los animales que los habitan y, tal vez lo más importante, sobre la población local, que cada vez más se ve desplazada y excluida económicamente de su propia comunidad.
Las iniciativas ambientales de Costa Rica han duplicado su cobertura forestal entre 1985 y 2020.
De los 2.9 millones de turistas extranjeros que llegaron por vía aérea en el 2024, más de la mitad provenían de Estados Unidos. Su influencia se percibe en todo, desde los letreros de bienes raíces en inglés hasta el aumento en los costos de alquiler. Los grandes destinos turísticos del mundo —incluyendo a Florida – enfrentan presiones similares. Impulsado en parte por los llamados viajes de “venganza post-COVID”, el turismo fue el sector de más rápido crecimiento en la economía global el año pasado.
A medida que el turismo masivo se acelera, las voces locales en Costa Rica están planteando una pregunta urgente: ¿Pueden coexistir las ambiciones económicas y ambientales del país sin poner en riesgo los medios de vida de su propia gente?
Las semillas de esta tensión se sembraron hace décadas en los bosques nubosos de Monteverde, cuando un pequeño grupo de científicos y quakers, o cuáqueros estadounidenses, ayudaron a darle forma al enfoque moderno de Costa Rica hacia la conservación.
El pueblo verde en la montaña
En 1950, un grupo de cuáqueros de Alabama dejaron Estados Unidos rumbo a Costa Rica como forma de protesta contra el militarismo, incluyendo el reclutamiento obligatorio que precedía a la Guerra de Corea; cuatro de sus jóvenes habían sido encarcelados por negarse a registrarse. Compraron 3,000 acres de tierra cerca del pequeño pueblo de Santa Elena, y llamaron a su asentamiento “Monteverde”.
Los cuáqueros construyeron una comunidad tranquila y autosuficiente, escondidos en lo alto de las montañas. Establecieron una economía de trueque y criaron ganado lechero para una fábrica de quesos. La producción lechera seguía siendo una parte importante de la economía cuando Joseph Michael Stukey, el dueño del Restaurante Morpho’s en Santa Elena, era niño.
“Cuando crecí aquí, básicamente era una comunidad lechera y autosuficiente”, dijo Stukey. “Y luego encontraron al sapo dorado, y empezaron a venir los biólogos”.
A medida que los cuáqueros y los residentes costarricenses expandían sus operaciones ganaderas, llevaron a cabo una deforestación estilo derroche y quema durante los años 60 y 70, escribe el antropólogo Luis Vivanco en su libro Green Encounters: Shaping and Contesting Environmentalism in Rural Costa Rica.
Los biólogos también comenzaron a llegar poco a poco al bosque nuboso, en busca del sapo dorado, que ahora está extinto. A pesar del creciente interés científico, la relación entre los locales y los visitantes seguía siendo cercana.
“Venían por tres a seis meses, y la comunidad se unía. Incluso les tejían una cobija y se quedaban con una familia. Solo había un hotel”, recordó Stukey.
Pero con el tiempo, lo que antes habían sido tierras de cultivo agrícola fueron siendo reclasificadas como territorio de conservación. La creación de la Reserva Biológica Bosque Nuboso Monteverde en 1972 marcó un momento crucial. Los intereses científicos y conservacionistas comenzaron a comprar tierras, impulsados por la urgencia de preservar la biodiversidad y aprovechando los precios bajos. Sin embargo, aunque el bosque fue protegido, muchas familias que dependían de esa tierra vieron sus propiedades restringidas o reclamadas por alguien más.
La conservación ayudó a crear uno de los bosques nubosos más puros del mundo, administrado en gran parte por intereses privados. Los ecoturistas que llegan a Monteverde fortalecen cada rincón de la economía local —desde los restaurantes hasta las ferreterías— según cuenta Sofía Santamaría, de 21 años, quien trabaja en la Ferretería Agro SoSi en Monteverde.
“La mayoría de nuestros clientes son restaurantes y hoteles, y cuando ellos tienen movimiento, nosotros también tenemos movimiento”.
Hoy en día, hay mucho movimiento. A pesar de la carretera que está solo parcialmente pavimentada, la subida empinada y los vientos fuertes, los turistas acuden en grupos grandes a los bosques nubosos. Una mañana de esta primavera, decenas de personas con cámaras se amontonaban en un sendero estrecho mientras esperaban que una madre quetzal regresara a su nido; el ave de plumaje vibrante, símbolo icónico de Costa Rica, no se acercó. Docenas de turistas más se aglomeraban alrededor de los comederos para aves, algunos acercándose a solo centímetros de los colibríes ala de sable violeta y otras especies.
Mira a continuación: Los turistas acuden en masa a los comederos de colibríes en la Reserva Bosque Nuboso Monteverde. (Nathan Thomas/WUFT News)
Lo que alguna vez fue un centro agrícola unido y tranquilo se ha convertido en un centro bullicioso de ecoturismo, cuya identidad ha sido transformada por las olas de visitantes que llegan a los bosques que una vez alimentaban a su gente.
Disrupciones
El modelo de ecoturismo de Costa Rica enfrentó su mayor prueba durante la pandemia de COVID-19. Con las fronteras cerradas en todo el mundo, personas y negocios que dependían del turismo —hoteles, restaurantes, guías turísticos— se vieron obligados a cerrar o a reducir sus operaciones drásticamente. La pérdida repentina de ingresos empujó a muchos residentes, especialmente aquellos en el sector turístico, de regreso a la agricultura o al trabajo informal.
“Un amigo mío, tenía un hotel y todo, se vio obligado a vender tan pronto como terminó la pandemia”, dijo Stukey, el dueño del restaurante. “Los bancos, los que sí le dieron flexibilidad, decían: ‘Está bien, no pagues por dos años.’ ¿Dos años y un mes? ‘Nos debes. Paga ahora o te embargamos’”.
Los compradores hacían fila para tomar los préstamos, agregó.
Monteverde no fue la excepción. Según el Banco Mundial, la inversión extranjera directa aumentó en más de 1 billón de dólares entre 2020 y 2022, alcanzando cifras récord incluso comparadas con los niveles previos a la pandemia. Este surgimiento de capital extranjera —combinado con la vulnerabilidad económica del periodo post-pandemia— aceleró las transferencias de tierras, muchas veces de familias locales de clase media hacia inversionistas con vínculos en el extranjero.
Una encuesta nacional realizada en 2025 por la Universidad Nacional de Costa Rica reveló que el 86.8% de los costarricenses creen que los extranjeros están acaparando tierras en las zonas costeras. Más de dos tercios de los encuestados dijeron creer que “se están apropiando de tierras en el interior del país”. En la costa, han comenzado a crear movimientos de base contra la gentrificación. Grupos como Anti-Gentrification Costa Rica y No a la Gentrificación han organizado protestas en todo el país, incluyendo en la capital, San José.
“La mayoría de personas que se mudan a Costa Rica (o a cualquier otro país de América Latina) después del COVID o como nómadas digitales están persiguiendo la ilusión del paraíso, sin ser conscientes del daño que están causando al país y a la región”, publicó Anti-Gentrification Costa Rica en Instagram.
Mientras la gentrificación desafía el tejido social, el crecimiento, el desarrollo y la crisis climática amenazan la base del ecoturismo. Cada año, miles de animales silvestres mueren atropellados por vehículos en las carreteras de Costa Rica.
Las temperaturas elevadas están alterando los patrones ecológicos establecidos por generaciones, y especies que una vez fueron centrales a la identidad costarricense ahora son más difíciles de encontrar.
“Ha habido una disminución en muchas poblaciones, muchos grupos, y algunas especies que solían ser muy comunes en el pasado”, dijo Kenneth Alfaro, de la Estación Biológica La Selva, en las tierras bajas tropicales del este. “Ahora, ya no lo son”.
En Monteverde, el aumento de las temperaturas está empujando las nubes —y a las especies que dependen de ellas— cada vez más arriba en la montaña.
“Ya no hay polillas. Antes, en las noches, toda la ventana se cubría de polillas, de todos los colores y tamaños, y ahora ya no hay ninguna”, dijo Marian Howard, una expatriada estadounidense de 90 años que se mudó a Monteverde hace más de 40 años.
Aun así, en medio de la turbulencia económica y ambiental, el turismo sigue siendo una de las fuerzas más poderosas para el bienestar de muchos costarricenses.
Una vida mejor
Para Raúl Obregón Hernández, el incremento del turismo le cambió la vida. De niño, dejó la escuela en cuarto grado para trabajar en el campo con su familia. Trabajaba de 4 de la mañana a 11 de la mañana., ganando alrededor de $6 a la semana. Hoy en día, trabaja como guía en el Parque Nacional Volcán Arenal, pasando sus días acompañando a grupos de turistas por el volcán que ha dado forma al pueblo de La Fortuna.
“Gano mil veces más que esos $6 trabajando en turismo”, dijo.

En La Fortuna, los grandes hoteles, los operadores turísticos independientes y los guías locales trabajan juntos a través de una junta de turismo, un esfuerzo cooperativo que, según Obregón Hernández y otros, garantiza que los beneficios económicos del turismo se queden dentro de la comunidad.
Es un contraste marcado con las regiones costeras, donde inversionistas extranjeros compran propiedades y elevan los precios, desplazando a los locales que se ven obligados a mudarse. Los alquileres en el centro de la ciudad son entendiblemente más altos, pero a solo 10 minutos en bus, se pueden encontrar casas en alquiler por $100 al mes, según cuenta Hernández.
Dice que espera con entusiasmo ver cómo La Fortuna continúa desarrollándose —pero en sus propios términos. Le gustaría verla crecer lo suficiente como para convertirse en un condado.
“Si esto se convierte en condado, será algo enorme, y eso es bueno. ¿Por qué? Porque van a construir un hospital y muchos beneficios llegarían a la zona”, dijo Obregón Hernández.
El turismo también ha transformado vidas en muchas regiones agrícolas del país. María Luz Jiménez, quien es dueña de un restaurante y una plantación de palmito, se gana la vida mostrándole a turistas curiosos cómo se cultiva y se prepara uno de los alimentos más versátiles del mundo.
“Gracias al turismo, mis hijas pueden estudiar”, dijo.
Sus tres hijas lograron acceder a la educación superior gracias al trabajo de su madre, que con gran destreza corta palmas con su machete. Una estudió para ser guía turística. Otra trabaja en el Instituto Nacional de las Mujeres. Y la tercera es doctora.
Historias como las de Raúl y María demuestran lo que es posible cuando las comunidades locales son quienes dan forma a sus propias economías turísticas —pero eso no ocurrió así de la nada. Redes de apoyo lo hicieron posible, desde cooperativas locales hasta agencias nacionales y organizaciones no gubernamentales.
¿Qué hacemos?
En Monteverde, una organización de investigación en sostenibilidad ha estado preparándose durante décadas para el nivel de turismo que se vive hoy.
El Instituto Monteverde fue fundado en 1986 por un grupo de cuáqueros, biólogos y conservacionistas con el fin de guiar el turismo local hacia una dirección sostenible y proteger el bosque nuboso, que es hogar para más de 2,500 especies de plantas; 1,200 especies de anfibios y reptiles; 400 especies de aves; y 100 especies de mamíferos.
“Si bien el turismo no se puede controlar, a veces es posible guiar algunos de sus componentes de formas creativas y educativas, y al hacerlo, desarrollar nuevos trabajos y carreras para los residentes del área, así como crear actividades educativas y culturales para la zona,” dijo John Russell, uno de los fundadores del Instituto Monteverde.
El instituto resalta que “la sostenibilidad es flexibilidad”, y que es importante adaptar las prácticas a las necesidades económicas y culturales de cada comunidad. Monteverde, por ejemplo, enfrenta problemas de contaminación por aguas grises, por lo que el instituto ha estado trabajando en la instalación en toda la comunidad de “biojardines” —sistemas que filtran el agua gris mediante procesos naturales.
En 2010, el gobierno de Costa Rica aprobó una ley para la gestión integral de residuos. Entre otras cosas, la ley establece tres categorías de residuos, más de las que la mayoría de los estadounidenses están acostumbrados a manejar. En Monteverde, frente a muchos negocios y en las calles, hay seis categorías de residuos. Aunque los locales siempre han tenido un gran orgullo por mantener sus comunidades limpias, los turistas pueden ser más descuidados, y cuando son millones, eso puede tener efectos negativos.
“En la temporada alta, con tantos turistas, estamos teniendo más y más basura en las calles o en los lugares donde ponemos nuestros residuos sólidos. Y, por supuesto, si separas los reciclables y los orgánicos, la basura se reduce mucho,” dijo Irene González, directora de comunicaciones del Instituto Monteverde.

Las iniciativas como proyectos de reforestación, programas de gestión de residuos y el mejoramiento del tratamiento de aguas ya han comenzado a demostrar una diferencia. “En este momento tenemos alrededor de 6,000 árboles que cultivamos desde la semilla, y todos estos árboles son especies en peligro de extinción", dijo González.
Los movimientos contra la gentrificación están ofreciendo sus propias soluciones, que incluyen leyes para eliminar la visa de inversionista (en este caso cualquier persona puede convertirse en residente costarricense invirtiendo $150,000 en el país); penas más severas para los delitos ambientales; y la garantía de una vivienda digna para todos los costarricenses.
Según Stukey, el dueño del restaurante, el futuro depende en gran parte de lo que la gente haga hoy para contrarrestar los costos ecológicos y económicos del turismo.
“¿Qué va a pasar en el futuro? Nadie lo sabe. Lo que podemos hacer es tratar de contrarrestarlo lo más posible,” dijo Stukey. “Cada persona puede hacer un poco todos los días," dijo.