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Las Raíces de la Resiliencia

Las dos hectares de palmitos A bird’s-eye view of María Luz Jiménez’s two hectares of heart of palm. The land is roughly the size of 3.74 football fields. (Alex Land/WUFT News)
Las dos hectareas de palmitos de María Luz Jiménez se ven aquí a vista de pájaro. Su propiedad mide aproximadamente el tamaño de 3.7 canchas de fútbol. (Alex Land/WUFT News)

Cómo el turismo ayudó a María Luz Jiménez a transformar un cultivo frágil en un medio de vida sostenible.

Costa Rica es un modelo a nivel mundial del turismo de la naturaleza gracias a sus políticas audaces que reforestaron la cuarta parte del país y empujaron la conservación. Hoy en día, el turismo masivo y las inversiones extranjeras hacen cuestionar si la atracción de Costa Rica es excesiva – y si se les ha dejado atrás a los operadores locales.

Escrito por Alex Land. Traducido por Gabriella Chavez.

SARAPIQUÍ, COSTA RICA — En el verde y abundante paisaje rural de Sarapiquí, en el norte-centro de Costa Rica, María Luz Jiménez se destaca entre los agricultores del país.

Jiménez cultiva palmito, una delicia local conocida en inglés como heart of palm —o swamp cabbage en algunas zonas de Florida. Según el Banco Mundial y el Ministerio de Ambiente y Energía de Costa Rica, las mujeres poseen sólo alrededor del 15% de todas las fincas y apenas el 8% de la tierra agrícola en manos de propietarios individuales en el país. Cuando las mujeres son propietarias de fincas o de tierra agrícola, suelen inclinarse por implementar prácticas sostenibles, involucrar a sus familias y brindar un apoyo importante a otros miembros de sus comunidades.

“Somos una familia agricultora”, dijo Jiménez. “Llevamos 40 años aquí”.

Los caminos de Sarapiquí se cruzan entre extensiones vastas de tierras agrícolas, bosques densos y uno que otro quiosco que vende frutas y verduras frescas. La casa y el negocio de Jiménez se encuentran frente a un palmar selvático, de donde ella cosecha el palmito directamente de su procedencia. El palmito es un manjar muy apreciado en la gastronomía costarricense, y está presente en todo, desde ensaladas hasta platos salados. Aunque muchos agricultores de palmito abastecen a mercados y vendedores ambulantes, el enfoque de Jiménez es único: Ella abre las puertas de su finca a los visitantes, ofreciendo una experiencia inmersiva que conecta la agricultura con el turismo.

La historia de Jiménez demuestra lo que es posible cuando la gente local ocupa un lugar central en el turismo sostenible —y por qué debería ser así. En un momento en que muchos costarricenses sienten que el ecoturismo a menudo favorece a inversionistas extranjeros más que a los ticos, Jiménez y sus palmas han hechado raíces firmes en la tierra local.

In her hands, María Luz Jiménez displays the “candle,” the pale, edible heart hidden deep within the palm. (Kimberly Blum/WUFT News)
María Luz Jiménez muestra el palmito, o el corazón de la palma. El palmito es de color pálido y es comible; se encuentra escondido muy dentro de la palma. (Kimberly Blum/WUFT News)

La historia de María

Cuidar la tierra siempre ha estado en la sangre de María.

“Nací en el campo, en Guanacaste. Trabajaba en la finca hirviendo arroz, frijoles, maíz y todo eso”.

A los 13 años, se mudó con sus tíos para trabajar en sus plantaciones de banano. El trabajo era agotador, dijo, pero le enseñó habilidades valiosas que más tarde le ayudarían a construir su propia finca.

A los 17 años, Jiménez y su esposo esperaban a su hija mayor, Kennia. La pareja obtuvo tierras a través del Instituto de Desarrollo Agrario, una iniciativa de reforma agraria en Costa Rica que buscaba promover las fincas familiares. El programa gubernamental, ahora extinto, brindó a familias agricultoras, como la de María, una base fundamental para comenzar.

Sin embargo, el camino de María se volvió cada vez más difícil. Abandonada por su esposo, Maria crió a sus hijos sola. Para mantener a su familia, vendía palmito al borde del camino, empujando una carretilla llena de su cosecha.

Para sobrevivir junto a sus hijas, María vivía en una vivienda improvisada hecha con palos y una carpa negra, un refugio sencillo frente a las duras realidades de su nueva vida.

“Eso era lo que tenía”, dijo. “Plástico con palos”.

A medida que su finca de palmito comenzó a tomar forma, María empezó a pensar más allá de simplemente vender su cosecha. En lugar de depender únicamente de las ventas en la carretera, consideró cómo podía hacer que su finca se destacara. La idea era sencilla pero ambiciosa: invitar a los visitantes a su terreno, ofrecer recorridos y servir comidas en su propio restaurante, construido con los mismos palmitos que cultivaba. Era un gran empeño, uno que requeriría tiempo y esfuerzo, pero María estaba decidida a lograrlo.

Su hija, Kennia María Jiménez, recordó que, aunque su madre trabajaba incansablemente para mantener a la familia, los primeros días del emprendimiento fueron “súper difíciles".

“Nuestro primer grupo de clientes fue de 15 personas. Imagínese eso,” dijo Kennia Jiménez. “Eso fue un récord para nosotras, todo un logro, atender a 15 personas”.

Pero poco a poco, la finca empezó a crecer a medida que llegaba un nuevo tipo de clientes.

El poder del turismo

El momento crucial llegó cuando los turistas comenzaron a visitar su finca.

“Dios me bendijo trayéndome muchos turistas”, dijo María Jiménez. “Desde entonces, nuestras vidas han cambiado por completo”.

Su hija contó que el turismo basado en la naturaleza transformó el estilo de vida de su familia.

“Literalmente vivimos del turismo,” dijo Kennia Jiménez. “Necesitamos tantos turistas como sea posible para sostener el negocio, porque los locales casi no vienen.”

La demanda de palmito fresco y orgánico superó las ventas de la carretera. Con los ingresos adicionales del turismo, María Jiménez pudo construir un restaurante, mejorar su vivienda y expandir su negocio más allá de lo que alguna vez se imaginó.

Aprovechó la oportunidad para enseñarles a los turistas sobre la industria del palmito y la agricultura sostenible; ella cultiva sus palmas sin químicos. Comenzó a ofrecer recorridos para mostrarles a los visitantes, de forma directa, cómo se extraen, procesan y preparan los brotes tiernos para el consumo.

“Les mostramos todo, desde cómo se corta la palma hasta cómo se cocina,” dijo. “No se trata solo de comer; se trata de entender de dónde viene su comida.”

María Luz Jiménez demonstrates how the edible part of the palm is extracted, gliding the machete along the stalk like an extension of her arm. (Kimberly Blum/WUFT News)
María Luz Jiménez muestra cómo, deslizando el machete a lo largo del tallo, se extráe la parte comible de la palma. (Kimberly Blum/WUFT News)

María dijo que fue el turismo lo que permitió que sus hijas pudieran ir a la escuela. Kennia, quien ahora es parte fundamental del negocio, estudió para ser guía turística y gestiona gran parte de las operaciones de la finca, desde recibir a los visitantes hasta innovar con nuevas recetas a base de palmito.

Kennia dijo que le encanta ver a su madre interactuar con los turistas y disfrutar de la vida que tanto le costó construir.

“Cuando vienen, siempre es una nueva experiencia compartir con mi mamá. Ver cómo se preparan todos los platillos que van a comer, y siempre les gustan. Así que siempre se van muy agradecidos.”

Recibir turistas, dijo María Jiménez, es algo muy hermoso para ella.

“Siempre me llena de tanta satisfacción,” dijo. “Me encanta.”

Los desafíos en el camino

Después de haber estado ausente durante años, el esposo de María regresó para reclamar la propiedad de su tierra. María Jiménez enfrentó duras batallas legales y terminó quedándose con solo una parte de la finca.

“Diez años después de que él se fue, tuvimos que dividir la tierra”, explica. “Así que yo me quedé con dos hectáreas, y él con cinco”. La presión financiera fue considerable.

This visualization shows how Jiménez’s land holdings changed after the legal battles with her husband. (Alex Land/WUFT News)
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Este esquema muestra cómo cambiaron las propiedades de tierra de Jiménez después de las batallas legales con su marido. (Alex Land/WUFT News)

La presión financiera fue considerable.

“Con solo una hectárea de palmito, nadie puede sobrevivir”, dijo. “Ni siquiera con cinco hectáreas”.

Con menos tierra para cultivar, decidió enfocarse en recibir visitantes para recorridos y comidas en el restaurante con vista a la jungla de palmas que comparte con su hija. Los visitantes, que se sientan en mesas al aire libre mientras observan como los colibríes se alimentan de flores tropicales brillantes, se convirtieron en una fuente de ingresos crucial, explicó, permitiéndole invertir en su finca y ampliar sus operaciones.

Cultivar sin dañar

La cosecha convencional de palmito estuvo lejos de ser sostenible. Históricamente, se extraía el corazón de palmas silvestres de tallo único —conocidas popularmente como palmas juçara en las selvas de Costa Rica y palmas sabal en las zonas rurales de Florida— lo que provocaba la muerte de la planta.

El cultivo de palmas ayudó a frenar la extracción silvestre, pero los árboles a menudo se cultivaban con fertilizantes químicos y pesticidas. A pesar de su reputación verde, Costa Rica se encuentra entre los países con mayor uso de pesticidas del mundo, según un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo de 2022.

Mientras que la mayoría de los países incluidos en el estudio reportaron un uso promedio inferior a 2 kilogramos de ingredientes activos por hectárea de tierra agrícola, Costa Rica se destacó con un uso que supera los 9 kilogramos por hectárea.

Muchos productos químicos prohibidos en la Unión Europea, como el clorpirifós, aún se utilizan en Costa Rica, lo que genera preocupación ambiental. El clorpirifós, un insecticida, ha sido prohibido en la UE por sus efectos nocivos en la salud humana, especialmente por causar problemas en el desarrollo infantil y dañar los ecosistemas locales. Estuvo prohibido también en EE.UU. por un tiempo, aunque productores agrícolas demandaron para levantar la prohibición.

Mientras que las plantaciones a gran escala suelen depender de pesticidas para mantener altos rendimientos, agricultoras como Jiménez pueden optar por un enfoque diferente.

The appetizer at Jiménez’s restaurant features a fresh ceviche made with heart of palm, a local delicacy that offers a unique twist on a classic dish. (Kat Tran/WUFT News)
El plato de entrada en el restaurante de Jiménez es un ceviche fresco hecho con palmito, una especialidad local que ofrece una variación de un plato clásico. (Kat Tran/WUFT News)

Jiménez se niega a utilizar pesticidas químicos en sus palmas. En su lugar, recurre a métodos de cultivo orgánicos, elaborando su propia composta con desechos de cocina y utilizando fertilizantes naturales. Su compromiso con la sostenibilidad convierte su finca en un lugar más seguro y saludable tanto para los trabajadores como para los visitantes.

Los frutos de su esfuerzo

El palmito no es solo un ingrediente en el restaurante de la familia Jiménez, sino que cuenta una historia de trabajo duro. El manjar en el corazón de la palma también es el corazón del menú del restaurante.

“Vamos a darles un plato fuerte: lasaña de palmito, que es un gratinado horneado con queso y pollo”, dijo Kennia. “Todo lo que se hace aquí es natural. Todo se va a usar de aquí mismo”.

Uno de los productos estrella del restaurante es el pejibaye, el fruto de las palmas de pejibaye que cultiva Jiménez. Este alimento básico en Costa Rica se hierve por más de una hora y a menudo se sirve con mayonesa y café. Las semillas del pejibaye luego se utilizan para cultivar nuevas palmas, asegurando un ciclo sostenible.

María Luz Jiménez holds a pejibaye before it's cooked, showcasing the fruit in its raw, vibrant form. (Kat Tran/WUFT News)
María Luz Jiménez muestra el pejibaye crudo antes de cocinar. (Kat Tran/WUFT News)

La conexión con Florida

El palmito tiene raíces profundas más allá de Costa Rica. En las zonas rurales de Florida, se conoce como swamp cabbage (repollo de pantano), y es un manjar tan preciado en la cocina sureña como lo es en centroamerica y suramerica.

David Fox, especialista en silvicultura urbana, explica que, a diferencia de Costa Rica, la cosecha de palmito en Florida suele realizarse a menor escala por personas que talan palmas para consumo personal en lugar de cultivar a gran escala.

“Florida incluso celebra un Festival Anual del palmito (Swamp Cabbage) en LaBelle, en honor a este manjar regional”, comentó.

Sin embargo, la industria enfrenta amenazas como la Enfermedad del Bronceado Letal (Lethal Bronzing Disease), una infección bacteriana mortal que afecta a varias especies de palmas, incluida la palma sabal, el árbol estatal de Florida. La enfermedad interrumpe la capacidad del árbol para transportar nutrientes, lo que finalmente provoca su muerte.No existe cura y una vez infectado el árbol debe ser eliminado para evitar la propagación.

La Enfermedad del Bronceado Letal se ha convertido en una preocupación creciente tanto para conservacionistas como para agricultores. La rápida propagación de la enfermedad ha planteado interrogantes sobre la sostenibilidad a largo plazo de los recursos de palmas en Florida y sobre la disponibilidad futura del swamp cabbage como alimento tradicional.

Un legado de crecimiento

La historia de María Jiménez es un ejemplo poderoso de lo que se puede lograr cuando se apoya a la agricultura a pequeña escala. Desde los primeros días cuando empujaba una carretilla por la carretera hasta construir un negocio exitoso de ecoturismo, Jimenez ha creado un legado duradero que va más allá del cultivo de palmas.

“Mi madre es una mujer muy humilde, trabajadora, y siempre salió adelante”, dijo Kennia Jiménez. “Es una mujer muy, muy virtuosa.”

El éxito de María Jiménez resalta la importancia de poner a las personas locales en el centro del turismo sostenible. Ella ha establecido de manera firme su futuro —y su finca— en la tierra local, demostrando que el turismo sostenible puede prosperar cuando está liderado por quienes mejor conocen la tierra.

Alex is a reporter for WUFT News who can be reached by calling 352-392-6397 or emailing news@wuft.org.

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